miércoles, 9 de abril de 2014

Ensayo sobre la Neutralidad. Por Delsio Evar Gamboa



Si la neutralidad sigo/ a andar solo me condeno/ porque el neutral nunca es bueno/ para amigo o enemigo… -Calderón de la Barca-


 
En realidad, el “neutro”, buscando quizás sentirse “libre”, “no arreado por la masa”, con “opinión propia”, si lo que hace es regirse por la neutralidad o la justa medida, resulta justamente el más arreado, el menos libre de todos. El error está tanto en la definición de las circunstancias, pero principalmente en el método mismo de posicionamiento y valoración. El “neutro” no sabe lo que quiere, pero quiere igual sin saber qué, y elige y valora en relación a eso que quiere, pero que no sabe.
En tiempos cruciales, la neutralidad significa no tomar partido por algo. En cambio la objetividad, es decir, el juicio imparcial que surge del conocimiento y la ética, son atributos que no deben estar exentos de nuestros actos cotidianos.
La palabra neutralidad, con ser un sustantivo abstracto, es connotativa de “ni con uno ni con otro” y es utilizada a veces como táctica por algunos acomodaticios. Paulo Freire, el pensador y educador brasileño, considera que no es más que el miedo a revelar un compromiso personal.
Por eso, no se plantean qué es lo que se proponen uno y otro bando en pugna. Entienden la situación como una riña ajena. Algunos, sumidos en el peor cinismo del oficio mediático, hasta llegan al paroxismo de la neutralidad hipócrita.
Nadie que comprenda lo que está en juego puede considerarse neutral. Hoy, -al contrario de lo que algunos creen- no estamos en presencia de una disputa entre un gobierno y una corporación multimediática, en este caso el Grupo monopólico Clarín. Es sí, un enfrentamiento entre dos modelos de Nación. Uno que es para muy pocos, que representa al privilegio, la explotación, y la destrucción del país de las mayorías como impertérrito bastión del atraso y la miseria. Y el otro que le está arrebatando la Patria al baratillo privatizador y la va reconstruyendo con sacrificio, equidad e inclusión. Una lectura del conflicto en este sentido desnuda los argumentos falaces de los jerarcas del Grupo que responde al establishment: un gobierno populista que pretende acallar a las voces independientes que se le oponen. Escenario en el que tampoco cabe la neutralidad, si hipotéticamente así fuese.
Clarín es la bandera de una minoría privilegiada que  resistió hasta la perversidad para someterse al juego de la justicia y la democracia;  Es la defensa a ultranza de un modelo en decadencia que tanto daño le ha hecho al país a lo largo de su historia. Es el guardián de una oligarquía voraz, de los poderes fácticos en las sombras; es el custodio de un discurso cipayo y colonizador, de un sentido común que idiotiza, que humilla, que atrasa. Clarín es el último obstáculo hacia un país más justo. Es la voz de una exclusiva clase social que vive de espaldas al resto de los argentinos y en sus páginas y pantallas televisivas está el manual de instrucciones para conocerla. Día tras día, todo el año y a toda hora, sobresatura lectores y televidentes mediante consignas desestabilizadoras. En cada una de sus imágenes y artículos de sus amanuenses, está dibujado el país al que quiere llevarnos. En todas sus definiciones presenta un plan de gobierno que nunca será sometido a elecciones pero pugna por ser aplicado. Sus tapas son amenazas; han volteado gobiernos, -si lo sabrá Raúl Alfonsín- sus titulares son una apología del “Todo Negativo”. En definitiva, Clarín es, -según la opinión de Víctor Hugo Morales- “El cáncer moral del país”.
Nadie que tenga una mínima percepción de lo que ocurre puede permanecer neutral. Jamás hemos estado ante una decisión tan crucial. Nunca antes ha habido un escenario tan claro, tan a la vista, tan concreto.  Por eso, en esta cuestión, la neutralidad no se concibe sino en  recalcitrantes opositores; frustrados electores de gobiernos en fuga que por resentimiento se aferran al “cuanto peor, mejor”, o un revival del tristemente célebre “No te metás”. Demasiadas tribulaciones hubieron cuando abundaron los neutrales. Baste recordar que en 2001 fue el modelo de país defendido por el duopolio Clarín-La Nación el que estalló. Mientras la mayoría estaba al borde de la pobreza y la desesperación, ellos, los que se escudan detrás de esa corporación monopólica, contaban los millones que habían ganado en la movida y que en containers se los llevaban afuera. Sacaron opíparo provecho de esa desintegración. Y el que no lo recuerde, que sólo observe lo que está pasando en Grecia, España, Portugal, Italia y otros países de Europa, porque es casi una copia exacta de lo que ocurrió en nuestras tierras en aquellos tiempos nefastos y no tan lejanos. 
La neutralidad también puede ser la manera en que se mimetizan los especuladores y los cínicos que nunca faltan. Aquéllos que alientan la contienda para sacar partido de ella y que esperan a último momento para treparse al carro del ganador.
No es posible la neutralidad al ver quiénes son los personajes que asoman sus torvas fachas detrás de un parapeto antes inexpugnable y ahora cada vez más venido a menos.
Como si fuera un dogma, todas las empresas del Grupo Clarín han incumplido e incumplen con las leyes vigentes de manera obscena. Cuando un fallo judicial les es adverso, siempre es un Juez quien los perjudica -para presentarlo como corrupto- Ahora cuando una sentencia lo favorece, invariablemente es la Justicia quien intervino. En este caso entonces el fallo se ajusta a derecho. Es decir, el veredicto es justo sólo cuando lo beneficia.
Clarín, siempre apetecido de una rapacidad voraz, pero no perentoria, tiene la paciencia del buitre. Sus dominios furon las 301 licencias que tenía para operar -la ley fija 24 como máximo- que al ser replicadas como un eco infinito a lo ancho y a lo largo por miles de medios serviles, le posibilitaban manipular el 80% de la información que recibe el país, al que lo anotician de todo, pero que no se entera de nada. El fallo de la Corte Suprema en su contra, le puso un límite a su posición hegemónica. Era lo que faltaba para que la libertad de expresión tenga plena vigencia y que la neutralidad en ese sentido, sea tan sólo la rémora de un escaso número de ladrones y especuladores.
Como ex socio de la dictadura genocida, su norma es negar al poder político toda autoridad.  Desde siempre, no escatima esfuerzos para evadir impuestos y fugar divisas. Igual para extender sus tentáculos hacia toda actividad lícita o ilícita que provea mucho dinero, fácil y rápido.
Clarín es mucho más que un grupo económico y financiero poderoso: es la usina de un pensamiento político que se vende como un medio “objetivo e independiente”, y que se expresa en sus “periodistas estrellas”, -resabios de la cámara séptica del periodismo obsecuente- que son el estereotipo de los que están siempre en contra de lo que está a favor la mayoría. Muchos son progresistas banales que se quedaron atrasados en el tiempo. Y que no por casualidad están siempre a la derecha de la pantalla de su televisor señora . . .
Cuando hablan de diálogo es porque quieren dictar órdenes y cuando piden consenso es porque quieren obediencia debida. No soportan que el gobierno imponga su propia agenda.
Como tenaz fisgón del sainete humano, uno se reconoce objetivo pero no neutral, porque es una inmoralidad ser neutral entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre el oprimido y el opresor.-

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