viernes, 10 de agosto de 2012

Volver . . . con la frente marchita. Por Delsio Evar Gamboa


 Opinión

Qué lo parió! . . . Sobre que no somos  pocos volvió “El Mingo”. . .
el que, el poco bien que hizo lo hizo muy mal, y el mucho mal que hizo, lo hizo muy bien.

Según dicen sus exegetas, cuando el “Mingo”, que es Cavallo, presentó su tesis para graduarse de Dr. en Economía en la Universidad de Córdoba, no pudieron calificarla porque su nivel escapaba a la capacidad de la Mesa examinadora. Enterada que fue la Universidad de Harvard de USA, se lo llevó, y allá fue “El Mingo”. Los yanquis ni lerdos ni perezosos, como siempre, vieron el filón, lo cooptaron y lo ideologizaron como corresponde, para, una vez devuelto, pusiera en práctica aquí, las políticas monetaristas del gurú neoliberal Milton Friedman, cuyas consecuencias, dolorosísimas, aún hoy, ponen los pelos de punta.
Y aunque parezca increíble, después de larga ausencia, sin que se lo añorara, ha vuelto “igual que la calandria que azota el vendaval”. . . porque como reza el refrán, el que se va sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen. Y todo, porque no se le aplicó la “Ley de residencia”.

No es de extrañar entonces que los medios televisivos hegemónicos que están al salto por un bizcocho, lo tuvieran como invitado estrella. Así nos enteramos que el ex ministro de triste fama, no conforme con no estar preso, despliega sesudos consejos sobre el manejo de la economía. Y no sólo eso: nos amenaza con volver a la política argentina porque recuerda “todo lo bueno que le dio al país”, que ahora lo necesita y él está dispuesto a poner en práctica, lo mucho que aún tiene para aportar. Una manera mentirosa de decir la verdad, o de poner la verdad al servicio de la mentira.

Más le valdría acordarse que como consecuencia de su tristemente célebre “aporte” con su cadena de recortes ajustes y restricciones, más el Corralito, se ganó la repulsa general a la que se hizo acreedor. Y lo comprobó en el casamiento de su hija donde fue abucheado por un público con intenciones non sanctas y tuvo que huir con la novia por entre las tumbas de un cementerio, y ni hablar de aquel atronador “Cavallo, compadre . . .”
Pero Cavallo, lejos de llamarse a un recatado silencio después del desastre que dejó en nuestro país, augura. “Los próximos tres años van a ser interesantes para conformar una alternativa a los Kirchner y por eso me gustaría estar ayudando en eso”, ¿Ayudar a quién? No a los ciudadanos precisamente, sino a los grupos económicos que sacan su enorme tajada toda vez que hay una crisis.
Su hipocresía corre parejo con su ruindad. El país entero no sólo no lo necesita, sino que no lo puede ni ver, porque nunca se olvidará que fueron sus brillantes ideas las que lo llevaron al peor derrumbe económico, social y político que ha tenido en toda su historia. Y sería bueno que los que lo entrevistan y le gastan melosas obsecuencias, lo recuerden también. Que hoy le den pantalla televisiva, lo paseen por todos los canales de la corporación y lo muestren como el retorno de un economista de consulta, es un exceso de cinismo por parte de los periodistas del establishment que explotan su exitoso fracaso para fogonear al modelo actual. Pero la figura de Cavallo es un símbolo que lo excede como persona. Presentado con profusión de adjetivos y escasez de sustantivos, lo contrató la dictadura en 1982, después en los ’90, por último en el 2001 y gracias a él, todos, allá en el horno nos fuimos a encontrar.
No obstante, no se le puede negar  que con “su convertibilidad”, -del ilusorio uno a uno- frenó la hiperinflación que nos devoraba, pero resultó ser mucho peor el remedio que la enfermedad.
Sin embargo, algunos economistas operadores de “Consultoras & Co” de la City al servicio del capital foráneo, que comulgan con la misma hostia que el “El Mingo”, recitan su falaz teoría del “derrame” como una letanía aséptica y racional cuando en realidad hacen una defensa a ultranza de todo lo contrario a los intereses del país. Son siempre las mismas caras, pulcros expertos en economía, algunos, de fluido inglés yanquizado, otros, de un elaborado castellano de fonética neutra, postgraduados en reputadísimas universidades de la Babilonia del Norte, -de quien fueron y son sumisos mandaderos- tributarios del sentido más abyecto de la política económica que, sermoneando desde su estrado profesoral, aplicaron sus desmesurados ajustes uno tras otro, con una regularidad casi respiratoria, siendo muy eficaces y drásticos en la misión de desguazar el país por medio de las perversas privatizaciones y de crear cada vez más pobres en medio de una lujosa miseria.
La monotonía de su retórica monetarista desnudó su mediocridad cientificista y expuso sin atenuantes a la luz de los resultados, el aparatoso descalabro -para nosotros, no para sus mandantes- de un neoliberalismo para unos pocos, que genera una minoría notablemente desarrollada en lo material, pero irreverentemente atrasada en lo espiritual, que ostenta una cultura groseramente divorciada de lo humano.
Utilizando lo absurdo y lo inverosímil como receta inapelable, bien sazonada con abundante hipocresía y cinismo en una mezcla de hábiles proporciones, devinieron, -soberbia mediante- en una especie de modernos superballeneros de las finanzas, capaces de convertir en aceite al mismísimo Neptuno si se les ponía a tiro de arpón.
Domingo Cavallo, aunque se lo presente como un experto, como un iluminado portador de la verdad revelada, es un defensor de la absoluta libertad de mercado, en su faceta más salvaje y en su peor concepción. Aunque suene muy linda, la palabra “libertad” asociada a la voracidad del Terrorismo financiero, termina teniendo una connotación siniestra.
Como mandan sus catecismos ecuménicos, la libertad de mercado es la ley de la selva, donde el grande se come al chico, es la opresión de los pueblos, la negación de toda dignidad, la supremacía de los poderosos, la ausencia de la política y de la solidaridad con los que menos tienen, es la exaltación del individualismo más atrabiliario. La libertad de mercado se gestó con la dictadura y parió la segunda década infame de los ’90 y diciembre de 2001 cuando, con la complicidad de un gobierno corrupto hasta la médula y otro inepto hasta los huesos, sucesivamente llevaron la Argentina casi a su disolución.
La grosera apertura al comercio exterior, propició la invasión desmesurada de productos extranjeros -recuerdo haber comprado en Córdoba ¡naranjas de Israel! mientras en E. Ríos se pudrían todos los cítricos- que hicieron desaparecer las industrias y la producción locales, llevando la desocupación al 26%, la pobreza al 63% y una catástrofe social que no tuvo dimensión ni cuantía.
Para quienes seguimos los avatares de la política desde siempre, el previsible desenlace con la hecatombe del 2001 no nos sorprendió en absoluto, aunque nos apabulló. Y una aproximación a una mediana comprensión nos lleva irremediablemente a tomar como punto de partida de esta verdadera “larga marcha” hacia esa vergonzosa postración, el 2 de Abril de 1976. Allí se produce el alumbramiento de las sombras que poco a poco, a través de esos años, se  convirtieron en la tenebrosa oscuridad que supimos soportar, y que le ennegrecieron la vida a los argentinos.
Sus nefastas medidas provocaron un “sálvese quien pueda” entre miles de argentinos que migraron hacia nuevos rumbos escapándole al infierno. Ahora quieren regresar porque los expulsan los socios europeos de Cavallo que están incendiando el viejo continente.
Como presidente del Banco Central durante la Dictadura, estatizó la deuda privada de sus socios empresarios y la tuvimos que pagar todos nosotros. Gracias a ese procedimiento se beneficiaron más de 70 empresas y se duplicó la deuda de los argentinos. Fortabat, Macri, Martínez de Hoz, Noble, Pérez Companc se enriquecieron hasta el hartazgo con la “generosidad” del pueblo. También firmas extranjeras como Techint, IBM, Ford, Fiat,Banco Río, Francés, Citybank y Superville. Como ministro de Menem privatizó los fondos de la ANSES, creó la estafa de las AFJP y regaló al capital trasnacional todas las empresas del país. En su regreso al ministerio con De la Rúa, por medio de su política monetarista de ajustes salvajes y su “canasta de monedas”, recortó las jubilaciones y los sueldos estatales -congelados durante once años-, subió los impuestos, bajó las prestaciones y le puso la cocarda con el pérfido “Corralito”, -18 mil millones de dólares- que el actual gobierno sin comerla ni beberla acaba de cancelar. Con esto todo está dicho, y lo contrario, también . . .
El neoliberalismo con su ilimitado poder económico incontrolable, tiene efectos devastadores sobre la economía productiva y la creación de riqueza  por la rapacidad de su angurria  especulativa y su obsesión por el dinero como multiplicador de más dinero por sí mismo
Preventivamente, es menester no perder de vista el paisaje que nos circunda. Uno ya tiene bastante experiencia en esto, ha hecho su tesis sobre estas cuestiones, y guarda en su memoria más de una dolorosa consecuencia de sueño interruptus.
Por lo pronto, el billete de cien pesos que es la máxima nominación que dio a luz el modelo de los ‘90 y que ostenta la cara del genocida Roca con todo lo que eso significa, en poco tiempo tendrá a Evita en una de sus caras. Todo un símbolo de los nuevos tiempos que corren, Capitalismo financiero versus Capitalismo productivo. Un Estado conservador y clasista vs un Estado inclusivo y solidario. Dos modelos que se enfrentan en un solo billete. Es un mensaje de fuerte contenido ideológico. Evita simboliza el ascenso social, no sólo individual, sino colectivo. Cavallo es el mascarón de proa de esos intereses a los que hay que enfrentar, de esos que provocan pobreza, angustia, exclusión en beneficio de unos pocos insaciables. Los que siempre acaparan dólares, ahora tendrán que juntar Evitas.
Si alguien piensa que en estas manifestaciones y las que emito con frecuencia sobre estos temas me estoy repitiendo, está en todo su derecho. Sin embargo agradecería, -en defensa propia- que se sirva distinguir que lo distinto entre ellas, radica precisamente en que son casi iguales. Porque al fin y al cabo, lo único que me faltaría a esta altura, es no tener el derecho de plagiarme a mi mismo . . .
Laborde. Cba. Arg.

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