jueves, 21 de junio de 2012

La Izquierda y la Derecha. Por José Luis Verrastro

Una dualidad sugestiva, antigua, recurrente. Interesa a muchas personas, a muchos grupos de personas, pero sólo a personas; llama la atención cómo quedan afuera de esa inquietud todo el Reino Mineral, todo el Reino Vegetal y los animales que no son personas.
Así que focalicemos la investigación: para nosotros, los seres humanos, ¿qué es la Izquierda?, y ¿qué es la Derecha?
Si arrancamos desde nuestro cuerpo, es fácil, una es todo lo que está a un lado del eje vertical central, y la otra es el resto. Cualquiera que use mejor lo que está a la derecha, es llamado Diestro. El que se desempeñe mejor con la izquierda, Zurdo. En este punto entramos en un terreno más ambiguo, diría más sugestivo: aparecen los “de la derecha” como diestros, que también se aplica a quien posee y utiliza mejores destrezas, con un signo “positivo”. Por su parte los “de la izquierda”, los zurdos, son vistos como “negativos”, raros y transgresores. Sabemos que estos razonamientos no pueden tomarse en forma absoluta, ya que hay muchas personas muy diversas en los dos “grupos”, y no podemos generalizar tanto; es más, encontramos que a muchas, muchísimas personas, no les agrada caracterizarse como “de derecha”, como tampoco “de izquierda”, prefieren ser “de centro”.
Entonces, ubiquémonos, ya que hablamos de personas, en las facetas social, económica y política; veamos lo que dicen las enciclopedias:
Se conoce como derecha al segmento del espectro político asociado a posiciones conservadoras, capitalistas, religiosas, liberales o bien simplemente opuestas a la izquierda política. Engloba por tanto a corrientes ideológicas muy diversas cuya separación puede ser tajante, dependiendo de que consideren prioritaria la defensa de la patria (nacionalismo, patriotismo) o de que ante todo busquen el mantenimiento del orden social establecido (tradicionalismo, conservadurismo). En oposición a la izquierda política, el sector más liberal enfatiza el libre mercado por encima del intervencionismo de las administraciones públicas y busca potenciar valores y derechos individuales, frente a posiciones colectivistas o estatistas, mientras que el sector más conservador es partidario del encuadramiento colectivo en estructuras rígidamente jerarquizadas y disciplinadas.
La derecha más moderada se suele calificar como centro-derecha, mientras que la más extrema se califica como derecha radical, extrema derecha o ultraderecha, términos de connotación peyorativa.
Por su parte, veamos “el otro lado”:
El concepto de izquierda política se refiere a un segmento del espectro político que considera prioritario el progresismo y la consecución de la igualdad social por medio de los derechos colectivos (sociales) circunstancialmente denominados derechos civiles, frente a intereses netamente individuales (privados) y a una visión tradicional de la sociedad, representados por la derecha política. En general, tiende a defender una sociedad aconfesional o laica, progresista, igualitaria e intercultural. En función del equilibrio entre todos estos factores, la izquierda política se divide en multitud de ramas ideológicas.
Queda todo bastante claro, verdad? El problema está en que si uno lee o trata todo esto en un grupo de más de dos personas, va a conseguir más de dos interpretaciones diversas, y hasta contradictorias. ¿Porqué? Se me ocurre que la causa de estas divergencias está en la característica “sugestiva” que mencionábamos antes.
Si el lector disparador se ubica a la izquierda, los que son tildados de derechas, se molestan recibiendo todas sus características (que podrían ser reales) como críticas a su forma de ser, forma de vida, o ideología, que no desean cambiar, pues las consideran estables, inmutables: lo que está bien, está bien; lo que está mal, está mal (ver Il Gatopardo, de Luchino Visconti).
En cambio, si el disparador se ubica a la derecha, los que son tildados de izquierda, también se molestan, esta vez por recibir mayoritariamente críticas por propugnar cambios transgresores, subversivos del orden establecido, “esto no se puede hacer”, “esto no lo vamos a lograr”.
Pero, invariablemente, una mayoría de los participantes en estos encuentros (o desencuentros), no se molestan, se ubican (por sí mismos), en el centro. Adhieren a las cosas que están bien, pero quieren cambiar las que están mal, por ello no se consideran de derechas. Quieren cambiar lo que está mal, pero no desean hacerlo en forma violentamente trasgresora o subversiva. O sea que este gran número de actores políticos, tienen mucho que opinar, que criticar, que desear cambiar, ocupando muchísimo lugar en los debates, charlas, clases, encuentros (meetings, – se pronuncia mítin), no dejando tiempo para tratar las propuestas de cambio, modalidades, acuerdos imprescindibles para lograr avanzar hacia un estadio político superior. A muchos les gusta esta posición de centro, que tiene características de neutralidad. Sería buena la neutralidad, como para bajar el nivel de disputa, favoreciendo los consensos, pero no es tan buena si se la usa como posición cómoda, evitando los compromisos con los cambios “difíciles” para cada uno.
Evidentemente, todas las posiciones llevan a constituir modelos políticos que servirían para la evolución social de la comunidad. Y para aplicar estos modelos políticos se necesita poder.
Y aquí sí que nos metemos en un terreno amplio, interesante, y bastante complicado. Son muchas las formas de poder, según la modalidad de ejercerlo: poder político, basado en los fundamentos de manejo de la polis; poder económico, basado en los fundamentos del mercado; poder social, basado en la equidad; poder religioso, basado en la fe confesional. Por supuesto, esta lista no es taxativa ni precisa.
Y cómo llegan las opiniones de todos a todos? Ah! Eso depende de cuál es el poder dominante en cada lugar y en cada momento. Y ante tal diversidad de orígenes e interesados en ejercer el poder, se entiende que nuestra sociedad se vea cercada tan seguido de “estado de crisis”. Son buenas o malas las crisis? Creo que son muy buenas, pues denotan la necesidad de cambios. Y ahora sí que estamos todos de acuerdo: hay muchas cosas para cambiar, pero, por dónde empezamos?
Me gustaría empezar por ejercer el poder cultural, categoría que no estaba en la lista anterior, pues la considero más abarcativa.
En esa dirección, dejaría los fundamentos de manejo de la polis, en manos de personas científica y profesionalmente preparadas para cada actividad. O sea que los ministros del Poder Ejecutivo y funcionarios del Estado, deberían entrar en funciones por concurso de antecedentes y oposición. Así evitaríamos el gabinete genialmente parodiado por Les Luthiers. En esos concursos de libre acceso, no deberían existir ni las listas de orden de mérito partidarias ni las sectoriales. Me gustaría que accedan más doctores de las más diversas y necesarias disciplinas, y no tantos abogados o militares (ya tienen sus lugares que ocupar).
El manejo del mercado, debería estar en manos de los especialistas en eficiencia y productividad, sin invadir, con su poder económico-financiero, en el manejo de la polis. O sea, para ser más claro, que el mercado controle a los productos, no a la gente.
El poder social, lógicamente, quedará en manos de las organizaciones sociales, todas, en forma inclusiva y no exclusiva, atendiendo las necesidades de todos los sectores, ya sean habitantes originarios, inmigrantes, criollos, inmigrantes forzados (antes como esclavos, ahora como indocumentados). En este sentido rescato la Doctrina Sáenz Peña, América para todos los habitantes de buena voluntad que quieran habitarla (dignamente), en contraposición a la Doctrina Monroe, América para los americanos, circunscribiendo “americanos” a los inmigrantes sajones del norte, excluyendo a los pueblos originarios de ese lugar y a todos los otros (nosotros, por ejemplo).
En este punto cobra importancia relevante la formación de la opinión pública, que es la base que fundamenta el voto en nuestras comunidades democráticas. De ahí que resulta sustancial la aplicación plena y completa de la Ley de Medios Audiovisuales, y la relativa al manejo del papel para diarios, a fin de garantizar el acceso a la Comunicación e Información de absolutamente todos los sectores de la sociedad.
Y queda para el final el tratamiento del poder religioso, ya que históricamente ha tenido demasiada influencia sobre el poder político y por ende, sobre el poder cultural. Nuestro país ha estado regido por una sola confesión, la católica. Considero ya imprescindible atender a todas las confesiones de las personas que habitan nuestro suelo, haciendo valer la libertad de cultos como precepto constitucional bajo custodia del Estado. Y que las diversas confesiones atiendan las necesidades espirituales de su respectiva grey, dejando de lado intromisiones en las decisiones políticas, que no les corresponde.
Dije mal para el final, falta considerar cómo nos informamos y cómo nos comunicamos. ¿Quién maneja lo que alguna vez se llamó “el cuarto poder”?
En este tema debemos ser muy claros: la Información y la Comunicación no es un artículo de primera necesidad (vital); es un derecho inalienable e inmanipulable, de todo ser humano, sin importar su creencia religiosa, ni su color de piel, ni sus bienes materiales, ni su instrucción, ni sus ideas políticas. Y si es menor de edad, con mayor razón, no puede quedar la Educación en manos de un sector o clase. (Ver Ley de Medios Audiovisuales).
A esta altura, el lector curioso, ya habrá descubierto dónde se ubica el que escribe; me imagino la cantidad de conocidos que estarán pensando: Dios mío! ¿Qué le pasó a este muchacho? ¿No se da cuenta lo confundido que está? ¿No ve lo que le conviene? Pues no, mis amigos, estos conceptos importantes no los veo a través de mi conveniencia; me interesa más la conveniencia del conjunto; si cuido la Naturaleza, viviremos más cómodos en nuestra casa; si cuido a mi próximo como a mí mismo, viviremos mejor en armonía posible, respetando la voluntad de Dios, independientemente de la fe confesional de cada uno.
Y también me imagino la cantidad de conocidos (del otro lado), que estarán pensando: Me cacho en dié… Se nota que la tiene clara, pero no se da cuenta que no tiene conciencia de clase, y que para hacer una tortilla, primero hay que romper los huevos… O, primero, le va a pedir permiso a la gallina? Y no, mis amigos, a la gallina no le voy a pedir permiso porque no me lo va a dar, pero en eso de la conciencia de clase (ausente), tienen razón, no me siento incluído en alguna clase social, las veo muy desdibujadas en la actualidad, y sobre todo, en sus manifestaciones se entremezclan intereses muy poderosos que “tapan” los intereses de clase que considero valorables. En el momento actual, me parece más importante construir la conciencia de clase, y para ello es importantísimo que cada cual conozca el lugar político donde está ubicado y lo respete. El que considere que los intereses (económicos) de mercado son una prioridad, que los respete, actuando dignamente en el ámbito privado o estatal, sin pretender influir en las decisiones políticas de la comunidad, y mucho menos, manejarlas. Y el que, guiado por su fe confesional, considere que los intereses (espirituales) son la prioridad del momento, que los respete, junto a los intereses (espirituales) de todas las demás confesiones, actuando dignamente en el ámbito privado o estatal, sin inmiscuirse en los negocios de las empresas privadas o estatales, y sin influir en las decisiones políticas (ni a favor ni en contra).
En fin, para cerrar en cierta forma una opinión, y por si no he sido claro o coherente en todo el escrito, rescato lo que me parece más importante de lo que estudié en las enciclopedias:
Estoy de acuerdo con llegar a tener:
Una sociedad aconfesional o laica, progresista, igualitaria e intercultural.
Villa Amancay (Córdoba, Arg.), 18 de mayo de 2012.

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