lunes, 11 de junio de 2012

Argentina ¡País condenado al éxito! Por Delsio Evar Gamboa


Siempre es bueno traer al presente los horrores del pasado, como una forma de mantener viva la memoria.  Lo que sigue es la situación que se vivía en nuestro país, al estrenar el Tercer Milenio.

Opinión:                                                                                                 DelsioEvarGamboa                                                                                                              

 Argentina 2001-02 . . . ¡País condenado al éxito!!!. .

                                                                          
Tras el aparente contrasentido del encabezado enunciativo, no lo es tanto si tenemos en cuenta que hoy la Argentina, se ha convertido en una paradoja que parece ser la consecuencia tragicómica de un designio ineluctable y recurrente a través de su historia contemporánea.
Somos una sociedad en ruinas que destruye diariamente lo poco que queda. Que castiga la producción y premia la especulación. Que recibe de caridad, alimentos que le sobran. Que, empobrecida, se enloquece por comprar dólares. De desocupados en masa que paralizan más aún con sus piquetes, lo que ya está paralizado. De comerciantes fundidos porque no venden, pero remarcan más sus productos como si al ser más caros, fuesen a venderlos. De miles que cada día encuentran que la única salida es Ezeiza. Que sufre las presiones descaradas del FMI que, pese a las rogativas, no nos da más limosna porque tenemos corrupción, pero exige la derogación -precisamente- de la ley anticorrupción, en una cruzada desquiciada, reñida con la razón y la moral, en la cual, al parecer, el cielo que nos promete, acepta como moneda de pago este infierno terrenal que estamos padeciendo. 
Como contrapartida, la avalancha diaria de alienados porteños en el microcentro sobre las casas de cambio, no tiene en cuenta que esa desesperación por salvarse de uno en uno, puede después arrastrarlos en cadena al abismo de la nada. No se han percatado aún de que están comprando la soga que los salva, pero que a la vez los ahorca. Eso sí, para ese apremiante tour hacia un incierto destino anunciado, no vacilan en pagarle peaje a los “coleros”, que por 30 pesos asesinan su tiempo y sus ilusiones, en aras de las ilusiones de esos compradores compulsivos, que con rostro imperioso y sentimiento devocional, creen que con 100 dólares aseguran su futuro.
Y así se entregan diariamente a la paciente impaciencia de la cola que es, paradójicamente, la consecuencia natural de la abundancia de cuerpos y la escasez de bocas de admisión para tanta  reprimida urgencia en muchas cuadras de serena ira, en su tan exasperante lentitud.
Allí se pueden ver largas hileras donde se enhebran las personas como en una ristra grotesca,  haciendo equilibrio sobre la vereda en una interminable fila india, que añade un individuo a otro como cuentas de un humano rosario, agregando a cada paso, una espina más a su corona de martirio.
No hay un sólo lugar en el mundo, donde el espíritu desnude precisamente su falta de solidaridad como en la city porteña. Allí las almas se amontonan en armónico desorden y en babélica confusión, venteando -como un perdicero a su presa- en el aire siempre húmedo de la hipertrófica metrópolis, el apetecido y particular olor de los verdes billetes contados en apretados fajos. Seguramente esta gente tan buena como cualquiera, sería incapaz de dejarle por ninguna plata su lugar a otro en la fila. Pero sí sería capaz de sacárselo sin el menor remordimiento. ¡Tanta es la desesperación por arribar a la meca donde mora el dios Dólar!  . . . en su verdosa e irresistible tentación.
Ellos, anónimos entre anónimos, que nunca han tenido el privilegio de ser primeros en nada, tienen allí al menos el efímero consuelo de ser últimos en algo. Con sumo placer regalarían sus devaluadas virtudes interiores, por acumular unos pocos sobrevaluados bienes exteriores con tal de cambiar este presente imperfecto, aunque para ello deban calcinar sus almas en el holocausto especulativo de su propio Gomorra . . .
Este descarnado análisis -real, aunque suene metafórico- no exagera, a lo sumo amplifica y no pretende emitir un juicio de valor sobre tan esquizofrénica conducta. Simplemente es lo que se ve a diario reflejado por los grandes medios capitalinos en su teatralizado show televisivo, con imágenes a veces fuera de contexto, interesadas, desinformando con vistosidad y elocuencia en su patológico vedetismo, mostrando al mundo una nación compuesta tan sólo por veinte manzanas y unos pocos miles de histéricos, omitiendo los tres millones de kilómetros cuadrados del país con sus 37 millones de habitantes. Se empeña en hacer creer que lo que ocurre diariamente en ese micromundo, atraviesa transversalmente con el mismo énfasis a la Argentina toda.
Fuera de ese microclima enfermizo, hay una enorme mayoría de condenados sin condena ni ahorros, de damnificados no indemnizables con bonos ni en el corto, mediano, ni largo plazo, o millones que se cayeron del sistema, que viven, apenas sobreviviendo. Todos en una situación diametralmente distinta a esa sucesión interminable de adictos a la verde droga monetaria, que no dudan en sobreactuar su privada adicción, con impudor público en plena calle, para procurarse esa pequeña dosis de un botín legítimo, pero no honroso, con un fanatismo y una pasión dignas de mejor causa. De ellos, la historia dirá que vivieron muriéndose, pero especulando entre el cambio oficial y el cambio paralelo.
Y allí está esa especie humana, -o humanos de la especie- con sus semblantes trémulos y expectantes ante las pizarras. Rostros anhelantes que dejan traslucir el temor y el agravio en una aleación de idénticas proporciones. Temor al violado peso nacional, y agravio hacia la divisa violante, que no por tal condición deja de ser amada. ¡Como la extraña relación de la amante golpeada, hacia su golpeador! . .  La hace sufrir, pero no puede vivir sin él. Con gestos y actitudes que se repiten como en un laberinto borgeano.
Ése es su limbo; punto neurálgico de la fiebre que acarrea la psicosis colectiva que está consumiendo a los argentinos y que se viene  repitiendo como una película de terror desde hace más de 25 años, y cuya enfermedad pandémica fue producida por el virus financiero que nos supo inocular el Frankestein de la economía argentina -ergo, Martínez de Hoz-. Maligno como la misma metástasis, el mal se propagó en proporción geométrica, elevándose a la enésima potencia sobre el esquilmado e indefenso cuerpo social del país.
Si bien en la última década la epidemia fue controlada, -una victoria pírrica porque el país perdió por knock-out- era evidente que yacía larvada y pronta a resurgir como el Ave Fénix. 
¡Y revivió nomás! . . pero en este caso, no de las cenizas, sino de entre el Corralito, el Riesgo País y la Devaluación. Gracias al soplo vivificante de ineptos, corruptos e inservibles, que con rara habilidad de prestidigitadores nos devolvieron al pasado en un abrir y cerrar de ojos. Hoy el Fénix, devenido nuevamente en ave de rapiña, brilla en todo su esplendor y en su máxima rapacidad. Se mimetiza con el plumaje de nuestra vieja conocida, la Patria financiera del capitalismo salvaje, la del neoliberalismo devastador, la de la avaricia sin límites ni escrúpulos y de la más envilecida especulación, acanallando nuevamente con las mismas garras que supimos padecer, y como en el ‘89, vuelve a meter al gobierno -y a los argentinos- en una ratonera.
¿Qué estado es este que ignora la educación, la salud, la seguridad, la justicia y tantas otras necesidades sociales impostergables? ¿Cómo se puede concebir, ya en el paroxismo de la paradoja, que tanta gente esté pasando hambre, precisamente en la huerta más fértil del planeta? . . .
Porque más allá de esta absurda locura kafquiana,  hay algo que sí es cierto en este océano de obscenidad y que todos sabemos muy bien: ¡Tenemos un país inmensamente rico!
Pero, a no equivocarse . . . la historia de las naciones nos enseña que la prosperidad de los pueblos es inversamente proporcional a la feracidad de su suelo . . . ¡Su riqueza no está abajo, sino arriba! . . en sus habitantes, y fundamentalmente en su clase dirigente.
Por lo tanto, para que se cumpla la condena y no ir a la retranca de la historia . . . ¡Vamos Argentina todavía, sólo nos falta mejorar un poquito lo de arriba! . . .

Marzo’02.


Aquella adicción al dólar resultó un fracaso total para sus adictos. Sin lugar a dudas ahora ocurrirá lo mismo, y los que hoy lo pagan 6 pesos en el “mercado blue”, acabarán de la misma forma. La historia nunca se repite . . . pero gusta de la coherencia.
Por eso, en pleno 2012 y con la realidad a la vista, cuando recuerdo aquel infierno del 2001, sólo pido que me despierten si dejo de soñar . . .
Laborde. Cba. Arg.

Especial para El Observador


No hay comentarios:

Publicar un comentario