Siempre es bueno traer al presente los horrores del pasado, como una forma de mantener viva la memoria. Lo que sigue es la situación que se vivía en nuestro país, al estrenar el Tercer Milenio.
Opinión: DelsioEvarGamboa
Argentina 2001-02 . . . ¡País condenado al éxito!!!. .
Tras el aparente contrasentido del encabezado enunciativo, no lo es
tanto si tenemos en cuenta que hoy la Argentina, se ha convertido en una paradoja que
parece ser la consecuencia tragicómica de un designio ineluctable y recurrente
a través de su historia contemporánea.
Somos una sociedad en ruinas que destruye diariamente lo poco que
queda. Que castiga la producción y premia la especulación. Que recibe de
caridad, alimentos que le sobran. Que, empobrecida, se enloquece por comprar
dólares. De desocupados en masa que paralizan más aún con sus piquetes, lo que
ya está paralizado. De comerciantes fundidos porque no venden, pero remarcan
más sus productos como si al ser más caros, fuesen a venderlos. De miles que
cada día encuentran que la única salida es Ezeiza. Que sufre las presiones
descaradas del FMI que, pese a las rogativas, no nos da más limosna porque
tenemos corrupción, pero exige la derogación -precisamente- de la ley anticorrupción,
en una cruzada desquiciada, reñida con la razón y la moral, en la cual, al
parecer, el cielo que nos promete, acepta como moneda de pago este infierno
terrenal que estamos padeciendo.
Como
contrapartida, la avalancha diaria de alienados porteños en el microcentro
sobre las casas de cambio, no tiene en cuenta que esa desesperación por salvarse
de uno en uno, puede después arrastrarlos en cadena al abismo de la nada. No se
han percatado aún de que están comprando la soga que los salva, pero que a la
vez los ahorca. Eso sí, para ese apremiante tour hacia un incierto destino
anunciado, no vacilan en pagarle peaje a los “coleros”, que por 30 pesos
asesinan su tiempo y sus ilusiones, en aras de las ilusiones de esos
compradores compulsivos, que con rostro imperioso y sentimiento devocional,
creen que con 100 dólares aseguran su futuro.
Y
así se entregan diariamente a la paciente impaciencia de la cola que es,
paradójicamente, la consecuencia natural de la abundancia de cuerpos y la
escasez de bocas de admisión para tanta
reprimida urgencia en muchas cuadras de serena ira, en su tan
exasperante lentitud.
Allí
se pueden ver largas hileras donde se enhebran las personas como en una ristra
grotesca, haciendo equilibrio sobre la
vereda en una interminable fila india, que añade un individuo a otro como
cuentas de un humano rosario, agregando a cada paso, una espina más a su corona
de martirio.
No
hay un sólo lugar en el mundo, donde el espíritu desnude precisamente su falta
de solidaridad como en la city porteña. Allí las almas se amontonan en armónico
desorden y en babélica confusión, venteando -como un perdicero a su presa- en
el aire siempre húmedo de la hipertrófica metrópolis, el apetecido y particular
olor de los verdes billetes contados en apretados fajos. Seguramente esta gente
tan buena como cualquiera, sería incapaz de dejarle por ninguna plata su lugar
a otro en la fila. Pero sí sería capaz de sacárselo sin el menor remordimiento.
¡Tanta es la desesperación por arribar a la meca donde mora el dios Dólar! . . . en su verdosa e irresistible tentación.
Ellos,
anónimos entre anónimos, que nunca han tenido el privilegio de ser primeros en
nada, tienen allí al menos el efímero consuelo de ser últimos en algo. Con sumo
placer regalarían sus devaluadas virtudes interiores, por acumular unos pocos
sobrevaluados bienes exteriores con tal de cambiar este presente imperfecto,
aunque para ello deban calcinar sus almas en el holocausto especulativo de su
propio Gomorra . . .
Este
descarnado análisis -real, aunque suene metafórico- no exagera, a lo sumo
amplifica y no pretende emitir un juicio de valor sobre tan esquizofrénica
conducta. Simplemente es lo que se ve a diario reflejado por los grandes medios
capitalinos en su teatralizado show televisivo, con imágenes a veces fuera de
contexto, interesadas, desinformando con vistosidad y elocuencia en su
patológico vedetismo, mostrando al mundo una nación compuesta tan sólo por
veinte manzanas y unos pocos miles de histéricos, omitiendo los tres millones
de kilómetros cuadrados del país con sus 37 millones de habitantes. Se empeña en
hacer creer que lo que ocurre diariamente en ese micromundo, atraviesa transversalmente
con el mismo énfasis a la
Argentina toda.
Fuera de ese microclima enfermizo, hay una enorme mayoría de condenados
sin condena ni ahorros, de damnificados no indemnizables con bonos ni en el
corto, mediano, ni largo plazo, o millones que se cayeron del sistema, que
viven, apenas sobreviviendo. Todos en una situación diametralmente distinta a
esa sucesión interminable de adictos a la verde droga monetaria, que no dudan
en sobreactuar su privada adicción, con impudor público en plena calle, para
procurarse esa pequeña dosis de un botín legítimo, pero no honroso, con un
fanatismo y una pasión dignas de mejor causa. De ellos, la historia dirá que
vivieron muriéndose, pero especulando entre el cambio oficial y el cambio
paralelo.
Y
allí está esa especie humana, -o humanos de la especie- con sus semblantes
trémulos y expectantes ante las pizarras. Rostros anhelantes que dejan
traslucir el temor y el agravio en una aleación de idénticas proporciones.
Temor al violado peso nacional, y agravio hacia la divisa violante, que no por
tal condición deja de ser amada. ¡Como la extraña relación de la amante
golpeada, hacia su golpeador! . . La
hace sufrir, pero no puede vivir sin él. Con gestos y actitudes que se repiten
como en un laberinto borgeano.
Ése
es su limbo; punto neurálgico de la fiebre que acarrea la psicosis colectiva
que está consumiendo a los argentinos y que se viene repitiendo como una película de terror desde
hace más de 25 años, y cuya enfermedad pandémica fue producida por el virus
financiero que nos supo inocular el Frankestein de la economía argentina -ergo,
Martínez de Hoz-. Maligno como la
misma metástasis, el mal se propagó en proporción geométrica, elevándose a la
enésima potencia sobre el esquilmado e indefenso cuerpo social del país.
Si
bien en la última década la epidemia fue controlada, -una victoria pírrica
porque el país perdió por knock-out- era evidente que yacía larvada y pronta a
resurgir como el Ave Fénix.
¡Y revivió nomás! . . pero en este caso, no de las
cenizas, sino de entre el Corralito, el Riesgo País y la Devaluación. Gracias
al soplo vivificante de ineptos, corruptos e inservibles, que con rara
habilidad de prestidigitadores nos devolvieron al pasado en un abrir y cerrar
de ojos. Hoy el Fénix, devenido nuevamente en ave de rapiña, brilla en todo su esplendor
y en su máxima rapacidad. Se mimetiza con el plumaje de nuestra vieja conocida,
la Patria
financiera del capitalismo salvaje, la del neoliberalismo devastador, la de la
avaricia sin límites ni escrúpulos y de la más envilecida especulación,
acanallando nuevamente con las mismas garras que supimos padecer, y como en el
‘89, vuelve a meter al gobierno -y a los argentinos- en una ratonera.
¿Qué estado es este que ignora
la educación, la salud, la seguridad, la justicia y tantas otras necesidades
sociales impostergables? ¿Cómo se puede concebir, ya en el paroxismo de la
paradoja, que tanta gente esté pasando hambre, precisamente en la huerta más
fértil del planeta? . . .
Porque
más allá de esta absurda locura kafquiana,
hay algo que sí es cierto en este océano de obscenidad y que todos
sabemos muy bien: ¡Tenemos un país inmensamente rico!
Pero,
a no equivocarse . . . la historia de las naciones nos enseña que la
prosperidad de los pueblos es inversamente proporcional a la feracidad de su
suelo . . . ¡Su riqueza no está abajo, sino arriba! . . en sus habitantes, y
fundamentalmente en su clase dirigente.
Por
lo tanto, para que se cumpla la condena y no ir a la retranca de la historia .
. . ¡Vamos Argentina todavía, sólo nos falta mejorar un poquito lo de
arriba! . . .
Marzo’02.
Aquella
adicción al dólar resultó un fracaso total para sus adictos. Sin lugar a dudas
ahora ocurrirá lo mismo, y los que hoy lo pagan 6 pesos en el “mercado blue”,
acabarán de la misma forma. La historia nunca se repite . . . pero gusta de la
coherencia.
Por
eso, en pleno 2012 y con la realidad a la vista, cuando recuerdo aquel infierno
del 2001, sólo pido que me despierten si dejo de soñar . . .
Laborde. Cba. Arg.
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