lunes, 13 de febrero de 2012

A dónde va la clase media?. Por Delsio Evar Gamboa


Uno no se propone hacer sociología barata, pero se interroga si en verdad nuestra sociedad está dispuesta a volver a tropezar en los mismos errores, a perpetrar los viejos crímenes, a dejarse inmolar otra vez en el altar ensangrentado del liberalismo.           
Todos pueden advertir lo que se ha logrado desde que el Proyecto Nacional se puso en marcha en 2003. Algunos lo conocen y muchos lo reconocemos, sutil diferencia etimológica que marca un abismo entre ambas percepciones.    
Esto amerita pensar que un muy buen mérito del kirchnerismo es haber puesto a la desmovilizada y narcotizada sociedad argentina a hablar de política. A discutir política. Es un logro fundamental si se mira a la luz de la más perniciosa herencia liberal: ese dogma salvaje que requiere una ciudadanía que en lugar de ser protagonista, no reaccione, viva anestesiada, acosada por las necesidades que el mismo sistema le crea, alejada de un pensamiento crítico, ignorante de su propia capacidad de resistencia, de su posibilidad de superar esa perversa dicotomía. Ese fue el inicuo legado de la derecha ultraliberal de 1976 y del menemato, el menos advertido, el más astuto y el más doloroso como manda su catecismo ecuménico, en el que los pobres deben ocupar siempre el peldaño inferior en la escala de castas económicas, porque de ellos vendrán infinitas venturas al sistema.           
2001 desnudó esa falacia medieval que devastó nuestro país con premeditación y alevosía.
El pueblo que salió a las calles tras aquella debacle, no era una mayoría en lucha, sino una clase desesperada por la confiscación de sus ahorros. Su alianza con los desocupados y los pobres -aún con los que no pasaban el “Desafío de la blancura”- fue un romance de verano, impulsado por el terror a ser como ellos. El medio pelo urbano salió a golpear las puertas de los bancos con sus martillitos ridículos, olvidados de su propia complicidad con el modelo que se los terminaba por comer vivos. Dijo en aquél momento un lúcido Alejandro Dolina: “Permítaseme dudar de una revolución iniciada por ahorristas” . . .        
La crisis del modelo liberal en la Argentina se vio azuzada por la eclosión de la antipolítica, o apoliticismo, como estrategia para canalizar el miedo a la bancarrota de toda la clase media. Ellos nada tenían que ver -se auto engañan-, eran los políticos de entonces los que habían causado el desastre.
Que tan sólo unos pocos años más tarde nos encontremos discutiendo y debatiendo la política de esta manera, es el gran logro de nuestra civilidad y del gobierno que supo darse, para impedir que la decadencia terminal del modelo neoliberal acabara por devorarlo todo como hoy está ocurriendo en la vieja Europa y en la “Babilonia del Norte”, donde “las repúblicas” gobernadas por sirvientes del capital financiero, están al borde del colapso.           
El liberalismo desde siempre, ha sido elevado a la categoría de verdad revelada  por los poderes del privilegio, santificándolo con el aromoso incienso del sofisma retórico.
La antipolítica aún está ahí. En el tic visceral de ese sector de la clase media -puntualmente porteña- de congénito menosprecio por el pobre, porque pobre es sinónimo de chorro, eso está ahí. El instinto tilingo y cholulo para con los lujos de la revista Caras sigue presente. Y, como no podría ser de otra  manera, también está “su” analista de cabecera. Frívolo snobismo que eleva su status. Por supuesto, se encandilan con el relumbrón del espejismo de lo foráneo, porque siempre lo de afuera es lo mejor. Mientras, se aturden en un consumismo desmedido como nunca antes lo tuvieron.  
Para más abundar, en ese segmento de la sociedad capitalina, si se quiere encontrar actitudes racistas y xenófobas, no hace falta rascar mucho . . . las tiene a flor de piel desde la época de los cabecitas negra y el mito del asadito con la madera del parquet. Algo que viene de antiguo, pero también de anteayer.
Por otro lado, continúa ese estupidismo absurdo que la lleva por ejemplo, a sacar la cacerola de teflón y “la muchacha”, para protestar a favor del “campo” sin siquiera saber de qué se trata. Esa identificación lacaya con el ricachaje, ese embobamiento servil para con la clase privilegiada. Todo está allí, como la indeleble marca de un tatuaje.
Por eso, cuando se habla de derrota cultural, hablamos justamente de eso, de una clase social manipulada por los medios, por la tergiversación que éstos hacen de la realidad, por la idea de que la Economía debe gobernar sobre la Política -no al revés como tiene que ser- y que Clarín es sencillamente “el gran diario argentino”, sin advertir que a sugran verdad”, la construye con desvergonzadas mentiras, a tal punto que muchos opinan que lo único de cierto en el, es la fecha y el precio. Lo que no obsta en su grosera pretensión de extorsionar al gobierno para imponerle su agenda diaria. Mientras, su parafernalia desinformativa de manera subliminal, reprograma el cerebro de muchos y les formatea la razón. Esa es la consecuencia de décadas de laburo militante derechoso sobre una generación que como resultado, no logra percibir la lobotomización a que es sometida, algo que da por natural y cuyos hijos tampoco tienen la capacidad para resignificar el mensaje que le imponen como un mandato cultural.           
Es un fenómeno propio de las grandes ciudades, porque cuando uno se interna en el interior del interior, se encuentra con una construcción muy crítica sobre esa realidad. Es allí donde hay elementos de sobra como para salir a contrarrestar el malhumor social instalado por los medios.
Entonces, la táctica debe apuntar siempre sobre la derecha reaccionaria y las corporaciones que la sustentan con su rapacidad sin límites, que en la apoteosis del cinismo, aún reivindican sin escrúpulos, tanto el genocidio humano como el económico perpetrados cuando detentaron el poder. También, a la fuerza de choque de los multimedios monopólicos con su barbarismo dialéctico expresado mediante una miseria ideológica que, con su exageración denigratoria y su propaganda tóxica, nos quieren vender una realidad privatizada. Y ni hablar de algunos opositores, -resurrectos del tristemente célebre  “Que se vayan todos”- que si  existiera la Inquisición, serían los primeros en encender la hoguera. Como bien dijo Bertold Brecht: Todavía es fecundo el vientre de donde salió la bestia inmunda.”
Cabe interrogarse entonces si esta sociedad estará dispuesta a volver atrás, lista para aplaudir otra vez en la Rural a un Videla que les traiga seguridad y negocios sin ningún tipo de control del Estado. Sojeros sin retenciones y estancieros felices. Otro republicanismo vacío y un país sin pueblo, con fábricas cerradas, millones de pobres, recetas del FMI, dólar uno a uno, la plata dulce y otra vez -por qué no- en el “Primer Mundo”. . .
¿Quién podrá decir entonces que ese nuevo crimen social sería un suicidio colectivo, en tiempos en que la realidad dicta los cursos prácticos y los medios se encargan de la teoría?
Sé que puede sonar a pesimismo. Pero es más bien una cuestión de perplejidad: se está ante un escenario en el cual la prensa hegemónica todos los días machaca para cooptar a esa gente que desdeña el sentido común y se refugia sin análisis alguno en la crítica más tendenciosa. Se sigue oyendo: “Escuché en TN que se viene la noche”, “Clarín asegura que está todo mal”, “La Nación dice que esto no termina bien”. Ergo: Es palabra de . . . ¡Te alabamos!  
Aunque también podría darse lo que siempre decía mi viejo: Se puede llevar el caballo al agua, pero no obligarlo a beber”. . . y el 54% parece darle la razón.
Lo cierto es que más allá de su perversidad, es un diseño muy elaborado e inteligente el de las corporaciones, los monopolios y los poderes fácticos en la sombra, porque juegan con el temor siempre latente de la clase media y sus ostentosas ansias de figuración que terminan siéndoles funcionales.  
Y el dispositivo multimediático en lo suyo, con su consabido réquiem como fondo lúgubre vaticinando la muerte civil.      

Habrá que estar muy alerta porque la extrema derecha, como brazo político del ultraliberalismo, aquí y en cualquier parte y como lo ha hecho a través de la historia, no se duerme en los laureles que supo conseguir, y si tiene que matar . . . ¡Mata!
Sin olvidar que para algunos resentidos, cuanto peor, mejor.
Pero saben qué . . . ¡Este no es el caso!  

Laborde. Cba. Arg.                                                                                            

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